15/7/09

Era verano y yo estaba un poco enamorada.

Sé que en ese momento no pensé en el clima veraniego y en la perfección de la noche. Ahora que lo pienso, solo le podía prestar atención a él. Cordiales, caminando de la mano y hablando de quién sabe qué. Nos deteníamos de vez en cuando para besarnos, jugar entre nosotros. Retomábamos la marcha hacia ningún lugar; disfrutándonos. El alcohol hace del recuerdo un sentimiento. Apenas hay imágenes claras (cercanas, cálidas, hermosas) y el tiempo no tiene coherencia, ni importancia. Nos sentamos en una esquina para seguir besándonos y tenernos cerca. Yo me erguía en mi personaje, lo divertía con mi elocuencia y mi humor impecable. Nos excitamos. Tocarnos es la mejor manera de entender que en nuestros dedos, lenguas y cuerpos esta lo genuino; lo real. Jugué, adolescente, sintiéndome dueña de su instinto. Lo vi desearme y tenerme, lo sentí insaciable. El deseo se extendió hasta cegarnos. La belleza de la noche y la totalidad del mundo se despedazaban en nuestras bocas. Apenas nos percatamos de los problemas y las dudas que surgieron, de tanto en tanto, en nuestros cuerpos emocionados. No sé cuánto tiempo caminamos o cuánto tardamos en desnudarnos a escondidas. Recuerdo el éxtasis y la locura; la humedad. Lo veo a él riendo feliz, besándome.

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