26/8/09

Sexto frontal abierto
y sexto posterior cerrado
Especialmente frustrante es tener el centro frontal abierto y el posterior cerrado. La persona tiene muchas ideas creativas, pero no parece que le den resultado en ningún caso. Por lo general se plantea alguna excusa que culpa del problema al mundo exterior. Normalmente lo único que necesita esta persona es ser instruida sobre la manera de llevar a cabo, paso a paso, lo que desea realizar. Al efectuar ese trabajo progresivo, surgirán muchos pensamientos del tipo: "No puedo soportar una espera tan larga"; "No quiero afrontar la responsabilidad de que suceda esto"; "No quiero comprobar esta idea en la realidad física", "No acepto este proceso de creación tan largo, sólo quiero que suceda sin esforzarme demasiado", "Yo pongo las ideas y tú haz el trabajo". Lo más probable es que la persona careciera de formación previa sobre la forma de dar pasos sencillos en el mundo físico para lograr la finalidad que se había propuesto. También se resiste, seguramente, a estar en la realidad física y situarse en el papel de aprendiz.

Tercer Ojo

Es muy dificil de explicar lo que me acaba de pasar. Lo que me falta, y lo sé, es mucha información.
Hoy fue un día demasiado especial y siento un poco de miedo.
Estoy reprimiendo las ganas de llorar.
Tengo la seguridad de que es una señal.
Ojalá pudiera hablar con ella.

24/8/09

La espera.

Ella siempre había sido asquerosamente puntual. En una cita, prefería mil veces esperar antes que ser esperada. La idea de alguien expectante, exigiendo su presencia, le resultaba especialmente molesta. Esta no era la excepción. Llegó, como habían acordado, a las 17.15 hrs. Se sorprendió de su capacidad para manejar el tiempo. Ni las dos horas de viaje en transporte público habían podido retrasarla.
Mariano se hizo esperar un poco y ella, paciente, se colocó los auriculares dentro de las orejas. Estaba algo ansiosa. La gente pasaba sin mirar, apurados y en sus asuntos. Esta cualidad de la gente de capital siempre la intrigó. Parecían echarse la culpa mutuamente por aglomerarse entre encuentros cruzados. Él la despertó con un beso torpe.
_me dijiste que no tenías nada para ponerte… ¡qué lindo esto!- la jovencita aceptó el cumplido con una sonrisa silenciosa y lo llenó de besos impacientes. Cruzaron la calle sin mirarse y ella contuvo las ganas de tomarle la mano. La gente seguía apurada. Mariano era delicioso.
Se metieron en una confitería que él propuso. Una vez en su interior sintió ganas de bailar. La inmensa cantidad de golosinas de colores luminosos la hicieron sentir pequeña y la excitaron sobremanera. Deseosa de abalanzarse sobre los múltiples frascos atestados de dulces, intentaba seguirle la conversación a él. Era trivial, insípida, pero claramente honesta. Estaban nerviosos, hacía mucho tiempo que no se veían a solas. ¡Y cómo habían fantaseado con hacerlo! Ahora que se tenían frente a frente… no sabían exactamente qué papel interpretar.
Eligió gomitas de colores y él chocolate confitado. Querían salir de ahí cuanto antes. El encuentro no duraría mucho y necesitaban aprovecharse al máximo ahora que podían. Buscaron una plaza para tenerse cerca y estrecharse hasta fundirse. Ella eligió un lugar cualquiera sin exigir más que los brazos de él. Se sentaron en el pasto y luego de un par de besos acompasados, la vergüenza se destiló en plena felicidad y mejillas coloradas. Al besarlo, no pensaba en nada más. Sus ritmos eran exactos, sus abrazos cándidos y apasionados. No podían parar de sonreír. Las preocupaciones y el mundo real se escaparon de sus cuerpos y sólo existieron ellos… Juntos, muy cerca.
Ella bromeaba acerca de la novia de él, denotando envidia y un dejo de tristeza en los ojos. Nervioso, intentaba inútilmente desviar la conversación hacia algo más bonito. La llenó de elogios y de besos dulces que le suplicaban distención.
Si realmente pensaba, la situación le parecía una estupidez. “¡vaya niñata ingenua!”, diría. “dejarte usar así por alguien. ¿Qué te ofrece además de un momento bajo el sol?”
A Mariano parecía molestarle la gente y se cubrió la cabeza con una capucha. Ella no hizo ademan de ofenderse. Entendía las reglas del juego. Sabía que era un secreto, una minúscula parte de su vida. Un desvarío en la rutina. Infinitamente implícita, eterna y especial.
Cuando intentaban parar de besarse y abrían la boca, no sabían bien que decir. No querían mentirse. La situación los invitaba a hacerse promesas de amor que jamás serían cumplidas y no iban a romper un corazón tan preciado como el del otro joven amante. Eran imposibles. Él estaba concentradísimo en su exitosa y precoz carrera. Acababa de mudarse con su mujer e iba a la facultad. Además, manejaba una vida dinámica y pseudo-adulta. Ella, en cambio, era apenas una mujercita que asomaba al mundo con enormes expectativas. Lo esperaría, ese era el plan. En uno o dos años nada podría impedirles estar juntos. Si ella lo seguía queriendo en ese entonces, se consagrarían como algo genuino y hermoso. Claramente no amaba a su novia. Los besos que se daban lo decían a gritos.
El tiempo del que disponían para su pequeño crimen se agotó con dolorosa rapidez. “es momento”, pensaron tal vez al unísono. Se levantaron y salieron lentamente del encantamiento. Las paredes que habían levantado a su alrededor desaparecieron en el aire.
Tomaron el subte entre achuchones algo incómodos. Charlaban en un tono fresco y nada serio. Evitaron ser demasiado sinceros y hasta les incomodaba mirarse a los ojos. La verdad surgió cuando estaban enlazados en los brazos del otro y nada de lo que dijeran ahora podría acercarlos. En el mundo real, él tiene novia y ella solamente es una adolescente enamoradiza.
Entonces llegó la maldita despedida. Le agradeció la tarde y lo besó por última vez en los labios. Estaba feliz por el momento que habían pasado juntos. Comprendía demasiado bien que no podría hacerlo feliz hoy en día. Aún así, tenía millones de besos más para ofrecerle. Tal vez algún día le permitiese dar rienda suelta a su amor. Mientras tanto… esperaría. Optimista, sonriente, ingenua, conformista e imparable.

7/8/09

Maldito amado humo que la confundía tanto como la enclarecía ¿Qué haría ella sin tus fulminantes revelaciones?
Su atención divagó hasta posarse en los uniformes azules que tomaban la forma de sus compañeros de colegio. Había decidido dejar la escuela esa misma mañana. Esperaría paciente el momento de llegar a su casa y comunicárselo a su madre. Mientras tanto, allí estaba. Rodeada de uniformes azules y de risas lejanas.
Mentalmente se despidió de cada uno de los jóvenes azulados. Sus recuerdos siempre estarían guardados melancólicamente en su corazón. No tenía planes de verlos a la brevedad y sintió que, aunque la decisión fuera en busca de su felicidad, debía entristecerse aunque sea un poco.
Ella hizo un último intento de darse a conocer frente a esas personas a las que tanto les escondió. Compartir la rutina con ellos había sido despreciable. Si supiera cómo, suprimiría el impulso de que cada uno de sus adorables rostros le recordara la tediosa tarea de fingir sonrisas.
Se miró en el espejo para reconocerse. Le dio ternura ver su porte azul: la pollera asimétrica y maltratada que además le quedaba larguísima. Los zapatos desatados y rotos. La chomba enorme, metida dentro de la pollera para que no sobresaliera por debajo del sweater más de lo debido. Este último ni siquiera era del uniforme reglamentario y tenía un agujero en el codo. La respuesta de por qué jamás le había importado lucirse en la escuela era obvia.
Habló con soberbia para convencerse de que estaba tomando la decisión correcta. “en busca de la felicidad”, se dijo y lo comunicó a los ojos expectantes que la rodeaban. Siempre se había reprimido por miedo a que notaran su indiferencia, su desinterés hacia ellos y lo que representaba. Los amaba por ser tan humildes. Sus ambiciones rara vez salían de su barrio. Ella intentó llenarles la cabeza de preguntas. Se aprovechó de la magia y confusión del humo para meterlos en su mundo.
Desplegó preguntas y respuestas, maduras en su mente, ante sus ingenuos amigos.
¡Qué delicia!, alejada de la simpleza, buscadora de sueños rotos e inseguridades nuevas.
No estaba pensando en ellos. No intentaba comunicarse y no esperaba que la entendieran. Quería mostrarse, desplegarse. Desnuda y solitaria, esa era su manera egoísta de decir “adiós mundo cruel”.
Aunque sus teorías fueran apreciables y palpables para todo aquel que la escuchara, poco podrían realmente entender que quería decir cuando hablaba de magia cósmica y de todas sus locuras que bien sabían fundamentar su estilo de vida. Ella realmente entendía y quería creer que sabía.
No se desilucionó al notar que era imposible. Ojalá pudiera sacarse los lentes y mostrarles como veía al mundo…

Leonard Cohen - El Juego Favorito

(...) El teléfono sonó nueve veces antes de que atendiera.
_¡Shell!
_No iba a atender.
_¡Casate conmigo! Eso es lo que quiero.
Hubo un largo silencio.
_Lawrence, no puedes tratar así a las personas.
_¿No quieres casarte conmigo?
_Leí tu diario.
Oh, su voz era tan hermosa, velluda de ensueño.
_Olvida mi diario. Sé que te herí. Por favor no lo recuerdes.
_Quiero seguir durmiendo.
_No cortes.
_No voy a cortar- dijo con hastío-. Esperaré hasta que te despidas.
_Te amo, Shell.
Hubo otro largo silencio y le pareció que la oía llorar.
_Es así. De veras.
_Por favor, vete. No puedo ser lo que necesitas.
_Sí, puedes. Lo eres.
_Nadie puede ser lo que necesitas.
_Shell, esto es una locura, hablar de este modo, con cuatrocientas millas que nos separan. Voy a Nueva York.
_¿Tienes dinero?
_¿Qué clase de pregunta es esa?
_¿Tienes dinero para el billete? Abandonaste el campamento, y sé que cuando comenzaste no tenías mucho.
Nunca había oído tanta amargura en su voz. Lo hizo recuperar la cordura.
_Voy.
_Porque no quiero esperar si no vas a venir.
_¿Shell?
_Sí.
_¿Queda algo?
_No lo sé.
_Hablaremos.
_Muy bien. Ahora, buenas noches.
Lo dijo en su vieja voz, la voz que lo aceptaba y lo ayudaba con sus ambiciones. Oírla lo puso triste. En cuanto a él, había agotado la emoción que lo impelió a hacer la llamada. No necesitaba ir a Nueva York.

5/8/09

Soñé con vos.

Soñé con él con sólo traerlo a mi mente poco antes de írme a dormir.
Martin Iba en bicicleta y yo en la camioneta bordó del ex de mi madre. No recuerdo exactamente cómo lo ví. De todas formas, ahí estaba. Él, mi amor, sobre una bicleta roja, lejos de notar mi presencia. Excitada como una niña me asomé por la ventana para gritarle que lo amaba. Me miró un poco sorprendido, un poco enojado. Me reconoció al instante. Rió por lo bajo sin intención de responderme nada. Intuyo que percibió la mentira y recordó que me detestaba. Seguí mirandolo con la esperanza de que me sonriera. No lo hizo y siguió riéndose de mí. Lo sentí inalcanzable.
También olvidé cómo llegamos a estar frente a frente. La camioneta detenida a un costado, él despojado de su bicileta... sólo a un paso de mí.
_Está bien, no te amo- reconocí y con la voz quebrada susurré- pero te quiero tanto, tanto, tanto...
Lo abrazo, suspiro su perfume, lo rodeo de calor. Lo siento asustado pero logro fundirlo en el abrazo. Perdido, lleva sus manos a mi cintura y éstas encuentran su lugar.
_No tengas miedo-le digo al oído- te quiero de verdad.
Sube las manos y me empuja hacia él. Caemos al suelo sin soltarnos. Lo acuno en mis brazos y nos amaco, empapándolo con mis lágrimas.
Me despierto. mi madre llamando a la puerta. El sueño me suplica que conozca el final de la historia y aunque cierro los ojos, la oscuridad no hace más que rebelarme nuevamente el apasionado abrazo.
La forma en la que se reía... de mí... de la mentira.
Este sueño de niñata me intriga y angustia. Aún en ese drama imaginario me gustó verlo. Me sorprendió sentirme así de convencida diciendo verdades con seguridad y verme actuando directamente desde el deseo de ser feliz. Me doy cuenta de lo importante que él es para mí. Veo su miedo. Me rechaza con... asco.
¿Por qué no puedo concebir que sea un ser detestable, solitario y triste?, su felicidad me parece palpable. ¡Sé lo que necesita!, ¡Puedo darselo yo mísma!
y con cuánto placer lo haría... me gustaría que pudieras imaginarlo.
Entiendo su escencia. Lo veo detrás de la máscara. En sus ojos me proyectaría genuina y cálida. Lo querría sin límites cual masoquísta. Confianría en él una vez más, intentaría reconstruír su autoestima y su ser.
¿Sería capaz de lastimarme aún sabiendo todo esto?, contando con el hecho de que son mis brazos los que lo rodean, mis besos los que lo anidan.
¿Realmente podría?, otra vez... despues de todo...