24/8/09

La espera.

Ella siempre había sido asquerosamente puntual. En una cita, prefería mil veces esperar antes que ser esperada. La idea de alguien expectante, exigiendo su presencia, le resultaba especialmente molesta. Esta no era la excepción. Llegó, como habían acordado, a las 17.15 hrs. Se sorprendió de su capacidad para manejar el tiempo. Ni las dos horas de viaje en transporte público habían podido retrasarla.
Mariano se hizo esperar un poco y ella, paciente, se colocó los auriculares dentro de las orejas. Estaba algo ansiosa. La gente pasaba sin mirar, apurados y en sus asuntos. Esta cualidad de la gente de capital siempre la intrigó. Parecían echarse la culpa mutuamente por aglomerarse entre encuentros cruzados. Él la despertó con un beso torpe.
_me dijiste que no tenías nada para ponerte… ¡qué lindo esto!- la jovencita aceptó el cumplido con una sonrisa silenciosa y lo llenó de besos impacientes. Cruzaron la calle sin mirarse y ella contuvo las ganas de tomarle la mano. La gente seguía apurada. Mariano era delicioso.
Se metieron en una confitería que él propuso. Una vez en su interior sintió ganas de bailar. La inmensa cantidad de golosinas de colores luminosos la hicieron sentir pequeña y la excitaron sobremanera. Deseosa de abalanzarse sobre los múltiples frascos atestados de dulces, intentaba seguirle la conversación a él. Era trivial, insípida, pero claramente honesta. Estaban nerviosos, hacía mucho tiempo que no se veían a solas. ¡Y cómo habían fantaseado con hacerlo! Ahora que se tenían frente a frente… no sabían exactamente qué papel interpretar.
Eligió gomitas de colores y él chocolate confitado. Querían salir de ahí cuanto antes. El encuentro no duraría mucho y necesitaban aprovecharse al máximo ahora que podían. Buscaron una plaza para tenerse cerca y estrecharse hasta fundirse. Ella eligió un lugar cualquiera sin exigir más que los brazos de él. Se sentaron en el pasto y luego de un par de besos acompasados, la vergüenza se destiló en plena felicidad y mejillas coloradas. Al besarlo, no pensaba en nada más. Sus ritmos eran exactos, sus abrazos cándidos y apasionados. No podían parar de sonreír. Las preocupaciones y el mundo real se escaparon de sus cuerpos y sólo existieron ellos… Juntos, muy cerca.
Ella bromeaba acerca de la novia de él, denotando envidia y un dejo de tristeza en los ojos. Nervioso, intentaba inútilmente desviar la conversación hacia algo más bonito. La llenó de elogios y de besos dulces que le suplicaban distención.
Si realmente pensaba, la situación le parecía una estupidez. “¡vaya niñata ingenua!”, diría. “dejarte usar así por alguien. ¿Qué te ofrece además de un momento bajo el sol?”
A Mariano parecía molestarle la gente y se cubrió la cabeza con una capucha. Ella no hizo ademan de ofenderse. Entendía las reglas del juego. Sabía que era un secreto, una minúscula parte de su vida. Un desvarío en la rutina. Infinitamente implícita, eterna y especial.
Cuando intentaban parar de besarse y abrían la boca, no sabían bien que decir. No querían mentirse. La situación los invitaba a hacerse promesas de amor que jamás serían cumplidas y no iban a romper un corazón tan preciado como el del otro joven amante. Eran imposibles. Él estaba concentradísimo en su exitosa y precoz carrera. Acababa de mudarse con su mujer e iba a la facultad. Además, manejaba una vida dinámica y pseudo-adulta. Ella, en cambio, era apenas una mujercita que asomaba al mundo con enormes expectativas. Lo esperaría, ese era el plan. En uno o dos años nada podría impedirles estar juntos. Si ella lo seguía queriendo en ese entonces, se consagrarían como algo genuino y hermoso. Claramente no amaba a su novia. Los besos que se daban lo decían a gritos.
El tiempo del que disponían para su pequeño crimen se agotó con dolorosa rapidez. “es momento”, pensaron tal vez al unísono. Se levantaron y salieron lentamente del encantamiento. Las paredes que habían levantado a su alrededor desaparecieron en el aire.
Tomaron el subte entre achuchones algo incómodos. Charlaban en un tono fresco y nada serio. Evitaron ser demasiado sinceros y hasta les incomodaba mirarse a los ojos. La verdad surgió cuando estaban enlazados en los brazos del otro y nada de lo que dijeran ahora podría acercarlos. En el mundo real, él tiene novia y ella solamente es una adolescente enamoradiza.
Entonces llegó la maldita despedida. Le agradeció la tarde y lo besó por última vez en los labios. Estaba feliz por el momento que habían pasado juntos. Comprendía demasiado bien que no podría hacerlo feliz hoy en día. Aún así, tenía millones de besos más para ofrecerle. Tal vez algún día le permitiese dar rienda suelta a su amor. Mientras tanto… esperaría. Optimista, sonriente, ingenua, conformista e imparable.

1 comentario:

  1. Muy bueno! Todos tus textos tienen esta tercera persona tan caracteristica y esta muy bueno. Pero como ejercicio para salir de la rutina yo probaria escribir uno en primera persona, a ver como se siente ser el protagonista de tu cuento.
    Besos!

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